El domingo 6 de julio fue noche de banquete: la nueva edición de The Big Menu sacudió las mesas de Chili Street Food a puro rap local.
Si el rap fuese un plato, el de Córdoba Capital sería uno de cocción lenta, sazonado con la sal de mil procedencias. No es un secreto que esta ciudad, aparte de cuna, oficia de refugio. Es por eso que la segunda entrega de The Big Menu operó como un fiel reflejo del federalismo que caracteriza a la escena local.

Autoproducido por 505, el evento parece tener como principal intención plantear una grilla ecléctica que celebra la mixtura de estilos y orígenes. Desde la Pampa a la Patagonia, TBM congrega voces autóctonas con residentes de todos los puntos cardinales donde el verbo se hace ritmo. Pero es precisamente esta confluencia de sangre y geografía lo que le otorga a la movida un sabor único, una textura compleja. La ebullición se potencia en la confluencia de tonadas que la nutren, convirtiéndola en una cocina donde cada chef trae su propio condimento.
Meses atrás en Club Legrand, el encuentro estelar ya había dejado un paladar exigente: Luka La Nieve, Tommy Zam y Román YG oficiaron como aperitivo de alto vuelo, dejando en claro que la iniciativa venía con intenciones serias. Ahora, la mesa de The Big Menu volvió con una carta renovada, aunque con un ingrediente ya conocido. Luka la Nieve regresó al escenario, pero esta vez acompañado de Puro y los Shiny Bricks, dúo formado por Sticky Banger y Enfer Abstracto, que presentaron, por primera vez en Córdoba, su disco homónimo: una verdadera delicatessen.

El primer plato de la noche llegó de la mano de Luka, escoltado por Dwav. Su set, tan sólido como generoso, incluyó un gesto que lo eleva por encima de la mera performance individual: la invitación a Tiel de la Resurface, Martín SCZ y Zemi a compartir el escenario. No solo se trataba de colaborar con ellos, sino de cederles el espacio, el micrófono y el calor del público para que sirvieran sus propias creaciones. Un acto de camaradería que trascendió la buena idea para convertirse en una declaración de principios: el rap no se cocina en soledad, sino en una mesa grande, donde los pares se admiran, se nutren y se empujan mutuamente hacia adelante.
Tras el primer round, llegó el turno del capitalino: tras casi un año de ausencia en los escenarios, Puro regresó a las tablas con el ímpetu intacto. O en todo caso, con la actitud de quien ya acumula un vasto terreno pateado. Bajo ese marco, presentó uno de sus setlists más destacados. Con Canter de aliado (¿su mejor socio en vivo?), no le llevó mucho reconciliarse con el micro para recorrer lo largo y ancho de su discografía, que es casi lo mismo que decir su cuerpo: un mapa que conoce de memoria y reinterpreta a piaccere. De allí, extrajo un compendio que reflejó lo extenso de su obra, trazando un identikit fiel a una trayectoria atípica.

Con lo impredecible como hilo, Puro fue de acá para allá, de lo más estricto de Moondog al parloteo dicharachero de “Ni de Ondara”, escapando a los encastres del MC prototípico. Cuando escupe, escupe severo; pero también se planta en el escenario con las suelas de un histrión, manos sobre el soporte del mic y canto en la lengua a lo Lavoe. Así, saco del fondo del bolso un clásico de su repertorio para dejar una de las capturas de la noche: “Parado sin atril, a contraluz bajo el humo / cerré los ojos para hacer eternos esos pocos segundos”.
Del ingreso de Tommy Zam para reivindicar esa gema que es EMBOPA, a reversionar “Martes 13” en clave drumless y reventar la sala con los versos de su cypher en la Don Rimador, los puntos altos fueron una constante. El cordobés se apropió del momentum como lo hacen los que saben. No hay vuelta que darle: Puro te lo sirve así, sin cortar.

Sin tiempo para pausas, el escenario recibió la frutilla del postre: Shiny Bricks, el dúo que germinó en Santa Rosa, por fin, saldaba una deuda con Córdoba al entregar en vivo su LP homónimo. Obra que funciona como testamento a la devoción por el arte propio, cincelado con la precisión de quien sabe que “cada paso es majestuoso, meticuloso”. Canter, fiel a su labor, volvió a tejer los entramados rítmicos. El disco, un péndulo entre la áspera realidad y la reflexión más íntima, salpicado por esa chispa de humor que hace estallar al público hacia el colmo del disfrute: “Si me compro un fierro el estudio queda hecho un asco” soltó Sticky a la pasada.


A mitad del set, el escenario se abrió para otro pampeano: Lou Malbec. Aunque sin figurar en la obra principal de los Shiny, encontró en “Valentino” el momento propicio para mostrar su arte en Córdoba. Para el cierre, la noche guardaba un as bajo la manga. Tommy Zam reapareció en escena, esta vez cubriendo su rostro con un pasamontañas. Con el tema que lleva el mismo nombre que el disco, los Shiny Bricks no solo clausuraron el show, sino que lograron desempañar la esencia misma de su propuesta, revelándola por completo ante el público.
Y así, entre rimas y ritmos que marcan la energía de un lugar en constante movimiento, The Big Menu no solo sirvió una muestra, sino que expandió su esencia. Donde cada voz es un hilo, cada historia un matiz, conformando un gran lienzo que sigue creciendo, promesa de futuros sonidos que Córdoba, epicentro y crisol, sabrá nutrir con su propia savia.