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Cartografía del goce: Vinocio en vivo

Noche de jogo bonito: la sensación del groove nacional pasó por Córdoba para presentar Tostados, su nuevo disco, y dar una muestra de lo que mejor sabe hacer.

Fotografías por Agostina Cragnolini

Empieza en los oídos. Un soplido hace vibrar los tímpanos a modo de provocación leve. Primer contacto. Ahora, el saxo sube y el resto del ensamble se ajusta en apoyo. Hombros en movimiento. Bajo, guitarra, bata y teclados juegan un picadito en espacios reducidos, se pasan la bocha y la hacen girar de un lado a otro con precisión carioca. Triángulo y cencerro se suman. Tiki-taka. El sonido se transforma en una gota de transpiración que se extiende de pies a cabeza. Va y vuelve por el pecho, se ancla en las caderas e intenta escapar por la punta de los dedos. Hace rato que el cuerpo entró en suspensión. Vinocio no se piensa: se baila. Y es menester dejarse llevar. 

Afuera de Sala Formosa, una lluvia violenta azota las calles de Córdoba. Dentro, tropicalia. Lo más cercano a una tormenta son los golpes de Fer Moreno, quien domina los palillos con ferocidad felina. A su lado, Juan Duque (Chiljud), Ivan Chapuis, Lucio Memi y Fermín Carpena completan el esquema responsable de un microclima que rinde culto al ambiente intimista y hermético de los clubs de jazz de otrora: un bioma inundado por nada más que la música. 

Nota: Vinocio hace tiempo dejó de ser un dúo. Tampoco es un grupo, por más que acumule miembros y variantes detrás del binomio Memi y Carpena. En todo caso, podría hablarse de un estado líquido. Sus piezas fluyen, habitan un código que desborda las estructuras y va por algo más. “Tostados en la arena color miel / solo quiero sentirme en el mar”, susurra Chiljud. En esa clave opera su propuesta: un mapa sensorial. 

Casi plenamente instrumental, el show se revela como un gran momentum estirado. Su temperamento es oceánico. Las canciones de Tostados (su flamante sexto álbum y motivo de esta presentación) ofician de inmersión temprana: el bajo de Chapuis y las teclas de Memi empapan la sala de humedad, mientras los vientos aterrizan como una brisa dulce. De ahí en más, las intensidades se dosifican in crescendo. Los dedos de Carpena aceleran sobre las seis cuerdas y trazan un ritmo adrenalínico que encuentra en “Ronaldinho” su punto de inflexión: de la bossa a la batucada de un solo saque. 

Hay algo de viveza criolla en esos gestos. Ahí también radica la fusión: adelantar un inédito inspirado en Fela Kuti para nombrarlo “Juan Domingo Perón”. Jazz, neo-soul, funk y hip-hop se transforman en categorías vanas para una esponja que absorbe y expulsa todo. La única constante es el disfrute. Tal es la fidelidad a ese sentimiento que el público no solamente mueve los pies, sino que incluso se anima a improvisar un pogo (!) y obliga al bis antes del cierre. De la galera, la pibada se despacha con otro tema, un guiño que forma parte del ADN de cada músico: toco y me voy, solo para después volver.

El espíritu que guía a Vinocio parece no regirse por ninguna lógica más que por la intuición. Se trata, en todo caso, de una cuestión de piel. Buenas vibraciones, diría Roy Ayers. Nada más, nada menos.