Usando a una “novia de Bart Simpson” como alter ego, la artista transforma la distancia en una lente única para narrar los afectos y el desencanto con aguda ironía y frescura.

En Laura Polines, An Espil canta desde otra piel: la de un personaje que permite mirar lo íntimo con una luz distinta. No se trata de ocultarse, sino de usar el personaje como lente, como excusa para experimentar otra manera de contar el mundo. La elección de una “novia de Bart Simpson” como punto de partida no es sólo un chiste interno: es la oportunidad de probar qué se puede decir cuando no se dice a título propio, qué emociones se habilitan cuando la voz no es autobiográfica, sino prestada. Este desdoblamiento, lejos de ser una fuga, se convierte en un acto de valentía artística, un sendero menos transitado para explorar la complejidad del sentir humano sin la carga de la literalidad.
Hay una inteligencia en asumir ese lugar de segunda línea, ese margen desde donde mirar los afectos, el deseo y el fracaso con una mezcla de ironía y frescura. Todo lo sentimental se vuelve un poco extraño, un poco teatral, permitiendo una universalidad que el yo expuesto a veces limita. Es el alivio de hablar sin exponer del todo la herida, pero también el permiso para exagerar, para correrse del realismo y habitar el artificio como refugio creativo y como una forma de verdad más oblicua y profunda. La vulnerabilidad se tamiza a través de un filtro que, paradójicamente, la hace más potente y accesible.
El resultado es un disco que nunca se ahoga en la solemnidad ni en la confesión. Transita la emocionalidad cotidiana, la fragilidad, el desencanto, la culpa, el pequeño consuelo, pero lo hace desde una distancia que desactiva la gravedad. El humor aparece como recurso vital, como respiración entre las frases, y la distancia con el yo biográfico abre espacio para la experimentación, para la repetición, para el absurdo. La máscara, en vez de esconder, amplifica lo que en lo íntimo suele quedar atrapado en la vergüenza o en la literalidad, liberando la emoción para que resuene de formas inesperadas.
La mano de Iván Bakmas en la producción se refleja en la elección de un neo soul que suena contemporáneo, cuidado y muy disfrutable. Los arreglos son sutiles pero precisos, creando una atmósfera sonora que envuelve sin abrumar. La música, lejos de buscar el exceso, crea un espacio cómodo y luminoso donde cada detalle suma, desde las texturas de los sintetizadores hasta los beats precisos que impulsan cada tema. El sonido nunca interrumpe el relato, sino que lo acompaña y lo potencia, logrando que el disco fluya natural y, a la vez, conserve una identidad sonora propia que lo distingue en el panorama actual.
Laura Polines es, en última instancia, una invitación a ver qué pasa cuando dejamos que otro hable por nosotros. No se busca redención ni enseñanza, ni siquiera una conclusión cerrada; el artificio se vuelve un modo de existir en la canción, una herramienta para mirar lo propio con distancia, humor y cierta ternura feroz, recordándonos que a veces, para encontrarse, es necesario perderse en la piel de alguien más.