Ir al contenido

Volverse canción: el inevitable destino de Paz González 

Conversamos con la cantautora cordobesa para conocer de cerca la trama de su proyecto musical.

Su voz es un precipicio. Cuando formula una idea no dice creo, ni pienso: dice siento. “Hay algo en mi sangre que / hay algo en mis huesos que / no para / se arranca a sí misma”, reza una de sus últimas letras. En un presente dominado por el cinismo y la superficialidad, la sensibilidad que habita en Paz González se desentiende de su época. Sus canciones contienen un sentimentalismo tan hondo que las vuelve piezas abismales y, a su vez, la perfilan como uno de los talentos emergentes más distintivos de la ciudad de Córdoba. 

Desde sus inicios en 2021, la obra de la artista oriunda de Sierras Chicas se define por su corporalidad. De “Bruma”, su primer single, en adelante, las composiciones de Paz han ido mutando en arreglos y formas, pero siempre conservan una intimidad física que encuentra su raíz en un timbre extraordinario. Lo demostró en Casi Sagrado, EP de 2022 que debe su nombre a un poema de Susana Thénon y manifiesta su predilección por la sonoridad acústica. Allí dejó registro del magnetismo de sus cuerdas vocales, una cualidad que intensifica aún más en vivo.

Ojos cerrados, manos sobre el abdomen y un soplido suave e intenso, como si llevara un océano entero en el pecho: cuando Paz canta, el tiempo se aquieta. Su presencia sobre el escenario es tan imponente que hechiza, un encanto que refuerza con el movimiento de su figura sobre las tablas, gestualidad que ya convirtió en oficio.

Pero fuera de escena, González también transita otros mundos. Este 2025 se recibió de socióloga y desde hace años es librera en uno de los refugios literarios del centro cordobés. Sobre la media cuadra que ocupa Lavalleja antes de cortar con Cañada, La Librería la rodea de otra de sus fijaciones (la palabra) y funciona como su hábitat cotidiano, además de nuestro punto de encuentro. Allí, le consulto, entre otras cosas, por su trayectoria: “Con la música voy haciendo lo que el momento me dicta, no me pongo a pensar tanto en términos de recorrido”. Y concluye: “Sí, siento que crecí mucho en el género. Creo que este año me ubiqué muy bien en el formato que me gusta. La gente ahora me identifica, encuentra una marca en mí que yo quizás antes no veía tanto y hoy está.”

Esa marca es, justamente, la canción. Si la tradición es un río, Paz González navega en sus aguas guiada por las coordenadas de cancionistas pasados. Pero también se anima a torcer el rumbo y aventurarse por sus propios cauces. De esto y más hablamos en busca de desenterrar el universo musical que aguarda en su interior: una potencia que, poquito a poco, emerge a la luz.


¿Qué significa ser cantautora? 

Es una búsqueda para autodefinirme. Cuando me preguntan sobre cómo me presento, en términos muy generales, no soy “música de academia”. Es decir, he hecho muchos años de música de chica, en escuelas de mi barrio, pero no sé leer una partitura, ni tampoco sé la cuestión más teórica. Justamente, es como habitar una contradicción de nombrarme “música”, pero sin saber muy bien desde dónde. Al pararme al lado de musicxs con los que toco, que son de cepa, me sentía un poco traicionera, estafadora. Yo siempre saqué todo medio de oído, soy de las que componen canciones sin saber muy bien qué está tocando. Entonces, en un inicio fue enfrentar la incomodidad de preguntarme: ¿qué rol ocupo yo en este mundo? Después de mucho tiempo, hasta hablándolo en terapia, concluí que mi rol es el de cantautora: escribir y cantar. Una vez que lo abracé, estuvo buenísimo. Significó pararme en un lugar mucho más seguro. 

Siento que te parás en una tradición y que eso está presente en tu música. Hay rastro de otras cantautoras en tu obra. Pienso, por ejemplo, en la frase “Y me siento un niño en la derrota” (“Invierno”), que refiere a una línea de “Sagitario” de Feli Colina. ¿Cómo trabajás esa intertextualidad? 

Lo gracioso es que cuando escribí “Invierno” esa frase me resonaba en la mente. Y después dije: “Ah, claro, es de Feli. ¡Qué plagiadora!” (risas). Pero no, hay un diálogo con ese tema de Feroza, que es un disco que marcó mucho mis inicios. En ese sentido, hay muchas cantautoras a las que yo les debo un poco de mi formación. También son influencias sobre cómo pararme ante la música. No solo por admirarlas, sino también por la forma en la que dialogan con lo que hacen. Eso de alguna manera me fue entrando. Feli, Dolores Parda, Juana Aguirre y muchas más, sobre todo argentinas, que tienen una forma de llevar la profundidad que a mí siempre me interpeló. En esa interpelación está la búsqueda de querer yo también generar eso, a mi manera. Para mí está bueno reconocer las influencias. Nadie crea de la nada misma, todo ya ha sido creado. Tanto ellas y también escritoras, como Susana Thénon, forman parte de eso.

Sos librera y también lectora. Hace poco contaste en una entrevista con La Docta Pop que eso te da un acercamiento natural a las letras y a la palabra. Pero no es lo mismo escribir poesía, narrativa o ensayo que escribir una canción. ¿Cómo se alimenta una cosa de la otra? 

Es medio inconsciente. Además de trabajar en una librería, me recibí hace poco de socióloga y hay toda una cuestión ahí con la parte más pesada de la letra. Cuando me siento a escribir incluso hay una cosa media academicista: “Bueno, estas palabras sí, esto no”. O: “Esto me suena muy burdo, quiero que sea más poético”. Eso, sobre todo: escribir un borrador y ver cómo llegar a un lugar más profundo. A veces es pecar un poco de pretenciosa, pero bueno, se trata de jugar un poco con la ambigüedad que me permite la escritura. El leer tanta poesía, hasta incluso narrativa y ensayos, hace que haya una cosa de la palabra que me queda en la mente y siento que me sirve al momento de componer. Y de ser ambigua, que es algo que me gusta mucho: escaparle a la literalidad. Que la gente no entienda mucho a qué me refiero con lo que escribo me encanta.

¿Qué encontrás en la ambigüedad?

Me gusta que la recepción en cada uno sea tan diferente. No juzgo a otra música que por ahí es más literal y que también está bien, porque me permite imaginar muy rápido las cosas. Pero me gusta mucho cuando las letras generan esto de: “¿Qué está queriendo decir?”. Poder apropiarme de eso me encanta. Y me da gracia porque me pasa todo el tiempo. Hace poco una chica de Perú me escribió por Los gritos y los destellos, y me dijo: “Me encanta ‘Los Gritos’, no puedo parar de escucharlo, pero no entiendo que estás queriendo decir”. Y le dije, justamente, que me alegraba que sea así. De hecho, hay letras que escribo que la gente cree super lineales y quizás me estoy refiriendo a otras cosas. Eso me divierte. 

Cada vez que tocás en vivo, tu encuentro con la música parece ser todo un momento. ¿Qué ponés en juego a la hora de interpretar?

Primero, sí, totalmente. Siento que es un poco por la vorágine de mi vida. No es que todos los días hago música. Hay artistas que capaz se levantan y se ponen a escribir. A mí me cuesta, por mi rutina y mi trabajo. Así que siempre aprovecho mucho esos instantes. Me encanta tocar en vivo. Pongo mucho en juego lo performático, sobre todo. Si no les pongo el cuerpo, mis temas no suenan igual. Desde el canto, obviamente, pero también desde la expresión. “Invierno”, por ejemplo, si no lo cantará moviendo los brazos, no sería lo mismo. Es jugar con ese papel de cantautora de temas dramáticos y romanticones que me divierte mucho. Y también hay un público que siempre lo recibe de formas muy hermosas y diferentes. Es tan liberador. En la rutina me olvido a veces de lo genial que es. Cuando sucede, digo: “Claro, por esto hago música”. Es un recordatorio.

Nombraste al cuerpo, que es algo que aparece mucho en tu música. ¿Qué papel juega en tu obra?

Un montón. De hecho, es gracioso, porque un chiste que tenemos con mis amigos es que cada vez que alguno se siente mal o le duele la panza, le decimos: “El cuerpo lo sabe bien” [frase de su canción, “Casi Sagrado”]. Y sí, hablo mucho del cuerpo. De hecho, a las cosas que voy componiendo le sigo poniendo la palabra y es como: “¡Basta hermana!”. Me pasa mucho esta cosa media introspectiva de “Yo me tengo a mi misma, por sobre todo”. A pesar de ser seres sociales, no hay nadie que me conozca más que yo, ni nadie que entienda mejor mis sensaciones. Eso es algo que me sirve mucho para componer. Todas estas cosas que estoy sintiendo y vomitando en canciones tienen que ver conmigo y con cómo las atraviesa mi cuerpo. Eso para mí es la raíz de todo. Vivir cada emoción. Re intensa igual (risas), pero es muy real. En los temas de amor, de desamor o hasta en los más contemplativos, todo pasa por ahí. Entonces, está en todas mis canciones, de diferentes formas.

Otra cosa muy identificable de tu proyecto artístico es tu voz. ¿Cuál es tu vínculo con ella? 

En estos últimos años, la fui reafirmando como instrumento: mi instrumento. Me parece una caja de sorpresas constante. Hace tres años que estudio con Camila Chaij, una cantante de acá muy increíble, de la que aprendí y sigo aprendiendo mucho. Ella sigue una línea que tiene que ver con la relación de la voz y el cuerpo, de ponerlo en movimiento. Y es lo más mío que tengo. La voz es quien soy. Poder entrenarla y encontrar matices nuevas está buenísimo. Desde los nueve que tengo videos cantando en vivo, pero hubo una cosa últimamente de aprender un poquito más que me dio una comodidad para disfrutar impresionante. Es mi conector con el exterior. 

Tenés una discografía que, si bien es relativamente corta, desde el vamos demuestra un gran nivel de seriedad. ¿Cuál es el grado de exigencia puesto en tu proyecto?

Es raro. Siento que siempre está la autoexigencia en cuanto a lo que produzco. Quizás no la saco tanto para afuera, pero es muy puntual. Todo lo que saque tiene que ser auténtico para mí y para quienes me escuchan. Me gusta sentir que la gente que consume mi música se sigue sorprendiendo. Es algo que nunca quiero perder. Me interesa que todo lo que escribo y lo que publico yo lo sienta y me conmueva. Si no me conmueve a mí, no va a conmover a otro. Desde esa base me paro: que sea real. Después, en términos del proyecto artístico, me lo tomo muy en serio. Arrancó siendo medio un juego con “Bruma” y se sostuvo a lo largo de los años, con constancias diferentes, pero siempre siguiendo un curso. No sé a futuro, si hasta los sesenta voy a hacer música. También tengo otras facetas. Esta es una muy importante, pero en este contexto uno hace lo que puede. Y está la cosa comparativa, no en términos de calidad, pero sí de ver a otrxs musicxs que están haciendo esto u otro, o gente que te pregunta: “¿Cuándo vas a sacar un disco?”. Y bueno, hago un poco lo que puedo. Amigarme con esa idea me costó muchísimo, porque siempre siento que podría hacer más, pero cada vez que saco algo, aunque sea pequeñito, lo disfruto mucho. Hace poco salió Los gritos y los destellos y estoy segura que va a ser mi única obra del año. Primero, porque hacer música sale muchísima plata; y también porque no me gusta sacar cosas por sacar. Entonces, si la espera es necesaria, tendrá que ser así. Esa es mi seriedad. 


“Los Gritos” y “Los Destellos” componen el último trabajo de Paz, un doble sencillo que representa un hito en su discografía: a diferencia del resto de su obra, trabajada mano a mano con su socio de larga data, Nacho Haymal, esta vez decidió producir los temas junto al músico local Federico Lucero. La elección no sólo redefine la dirección estética del proyecto: también lo devuelve a sus orígenes.

Si en sus predecesores había experimentado brevemente con el groove y ciertas texturas electroacústicas, Paz regresa en estos singles a una versión despojada, más cercana a sus inicios y, a la vez, madurada por la carga de la experiencia. En ellos sintetiza todas sus virtudes como autora e intérprete, en el formato que mejor le queda: “La cosa bien dramática me encanta. Todo lo que es bolero y nostálgico siempre me va a poder.”

Autodefinidos como claroscuros, los dos temas dialogan entre sí con la voz y la guitarra de González como hilo conductor, mientras el flugel de Julieta Baravalle y el contrabajo de Agustín Palacios terminan de trazar su clima intimista. Así, alcanzan una de las obsesiones de Paz: la profundidad. Desde ópticas enlazadas, “Los Gritos” y “Los Destellos” lidian con un pasado espectral (“Canto para alguien no está”, dice otro de sus tracks) y reafirman la fuerza de su escritura. Con pocos elementos, condensa imágenes sumamente evocativas, desde un romanticismo clásico (“Yo solo sirvo para darte versos / o besos”) hasta guiños al imaginario del cancionero nacional (“Si este mar fuese mío / yo me iría a naufragar”).

Su música crece ahí, donde su poética se vuelve palpable. En “Los Gritos”, invoca: “Y siento que te hice canción / y ya salió todo de mí / o queda una parte muy chiquita”. En esas líneas se revela el pulso de una artista imparable. 


Los gritos y los destellos marca una ruptura en tu obra: es la primera vez que no trabajás con Nacho Haymal en la producción, sino con Federico Lucero. ¿De qué se trató ese cambio?

Ambos, Nacho y Fede, son fabulosos y muy serios. No es casualidad la gente con la que uno labura. Con el Nacho hemos crecido juntos. Casi Sagrado, por ejemplo, fue una de sus primeras producciones largas. El recorrido que hicimos juntos fue genial. Siempre se dio tanto desde la amistad como desde la prolijidad, de la cual aprendí mucho también. Fueron casi cuatro años trabajando con él. Pero justo ahora está estudiando y tocando con un nivel de exigencia que tuvo que decirme que por este año cortaba un poco con esta parte. Obviamente está la cuestión del duelo, porque lo amo y seguimos siendo muy amigos, pero al mismo tiempo estuvo muy bueno, porque me permitió encontrar otra faceta. El productor es el cincuenta por ciento de la música. Entonces, también fue arriesgarme. Yo al Fede Lucero lo conocía por temas muy hermosos que hizo con otras músicas. Ahí la conexión fue la Cami Chaij, mi profe de canto, y tenía su referencia como humano, además de escuchar cosas de él que me gustaron mucho. Todo el proceso fue muy ameno: nos conocimos en febrero por meet y sacamos los temas en agosto. Y estuvo mortal. Fede es una persona minuciosa como el Nacho y además tiene un temple espectacular, que me viene muy bien porque soy muy acelerada. Además, me hizo muy parte de la producción. Yo me desentendía un poco de eso y él insistió de una manera muy sutil en que yo esté. Fede es muy de la sepa académica y se nota. Fue él quien propuso que esté el flugel y el contrabajo en los temas. Todo tuvo sentido.

¿La dirección estética y sonora la tenías antes de trabajar con él?

Sí. Mis maquetas eran yo con la guitarrita haciendo dos acordes locos y el Fede me cachó muy bien a lo que yo quería llegar. Le insistía mucho con el tema de la profundidad, no quería que se perdiera eso. Y no solo no se perdió, sino que se reforzó muchísimo. Por ejemplo, yo quería que tuviera una cosa percusiva, pero que no tuviera percusión, y eso se lo dio el contrabajo. Lo mismo con que sea una canción acústica, pero con detalles. Y pasó, el chabón le encontró la manera. En mi forma súper gauchesca de hablar de música, él me entendió muy bien.

¿De qué se trata la profundidad que nombrás?

Si tuviera que describirlo visualmente, hay temas que tienen peso. Ejemplo: para mí “Cristal” de Lola Parda tiene peso, es denso en materia. Me gustan mucho esas canciones. Hablando de material propio, “Invierno” siento que es así. Y está bien que haya canciones que no lo sean, porque justamente se trata de matices. Pero yo quería volver a tener eso. Temas que respiren en la música y en la letra, y que cada frase pese. Y lo logré. No sé cómo explicarlo en términos más literales. Es una sensación.

Quería preguntarte por el formato de doble sencillo y por la idea del claroscuro con la que hilaste las dos canciones. ¿Cómo fue esa confección?

Inicialmente no iba a ser un doble sencillo. En realidad, quería hacer un EP e iban a ser tres temas. A Fede le mandé primero estas dos maquetas y quedaba una tercera. Pero en términos económicos era mucha plata hacer cada canción. Fede tampoco sabía si a esa altura del año se iba a ir de viaje y yo quería que salgan antes de que terminara. Y cuando empezamos con las maquetas de los dos temas, tenían sentido. Había un diálogo desde lo sonoro, pero también desde lo compositivo. Los dos son muy nostálgicos, pero lo de claroscuro es porque “Los gritos” tiene una carga de este estilo muy fuerte, mientras que “Los destellos” viene a ser la claridad, la lucecita al final del túnel. Me amigué mucho con esa idea. Siempre me gustaría sacar muchas más canciones, pero cerraba tan bien. Y está bueno que deje con ganas a la gente. 

Mencionaste la nostalgia y en los dos temas se habla mucho del recuerdo. ¿Creés que la música es una forma de memoria?

Sí, al cien por ciento. Para mí, algo que me ayuda mucho a componer es reciclar emociones. Siempre jodo con que soy muy de cáncer (risas). La verdad es que me es muy fácil traer la emoción de vuelta para componer. Puedo estar bien de amores, pero puedo acordarme de esa sensación que tenía cuando estaba con el corazón muy roto y escribir con eso. Citando a Fiona Apple, es mucho más fácil componer desde la tristeza, el enojo y el dolor. La música me permite ese vaivén. Puedo escribir sobre estar bien, mi presente actual y que todo es más liviano. Pero si un día me levanto y me digo: “¿Te acordás de ese día que estaba del orto?”, me es muy fácil. Es un arma de doble filo, ¿no? Ser nostálgica tiene su cosa linda, pero también su parte insoportable. Pero bueno, la música es mi herramienta para saber tratarlo. 

Aparece también explícitamente “la canción”. ¿Qué lugar simbólico ocupa esa figura? 

Todo. La canción materializa un sentir. En “Los gritos”, el “y siento que te hice canción” tiene que ver con eso. Muchas veces es un ejercicio de exorcismo. Me sirve a mí como duelo, principalmente, y para volver a repensar momentos. La canción como el lugar donde se concretan sensaciones y sentimientos pasados y presentes. Por eso tiene tanto peso. Dice mucho.