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Yechezk’El: El Juego del Cíclope

Con la producción de Dwav, Tiel crea un universo íntimo que convierte el dolor en arte, ofreciendo una mirada profunda a la condición humana y la resistencia creativa.

El viaje de Tiel comienza con una cita de “Rayuela” que funciona como tesis del disco. El “juego del cíclope”, donde dos miradas se funden en una, refleja su forma de crear un diálogo entre opuestos, entre la crudeza y la ternura. Ese beso, definido por Cortázar como una “instantánea muerte bella”, es la catarsis que el rapero de la Resurface persigue en cada verso: una forma de disolver el yo para volver a armarlo, más honesto, más humano.

El título, “Yechezk’el” (“Dios fortalece” en hebreo), se materializa en esta búsqueda, aunque redefine el concepto. Su fortaleza no es un escudo, sino una vulnerabilidad asumida. Se vuelve fuerte cuando admite sus propias crisis, cuando reconoce en su equipo un pilar fundamental o cuando transforma el dolor en un acto de creación. Para él, la fuerza no es un estado pasivo, sino un verbo en constante acción.

En esta ecuación, la figura de Dwav es indispensable. Sus ritmos no son un simple telón de fondo, sino el ecosistema sonoro donde puede ser brutalmente honesto. El productor crea una “película auditiva” que envuelve el relato, una atmósfera densa y a la vez íntima que le permite al rapero desnudarse sin reservas. 

Fotografía por: Senn Carabelli

Desde ese lugar de introspección, Tiel observa la realidad y la devuelve en forma de postales. Su sensibilidad le permite capturar la alienación mediática (“almuerzan mirando canal 13, ¿y dicen que yo soy el que me drogo?”), el eco de una traición (“compañero me corté el hombro en el que lloraste despues de que me traicionaste…”) y la herida de la desigualdad estructural (“la cara enemiga duerme arriba, ¿por que abajo se matan?”).

La verdadera declaración de principios de Tiel no es la búsqueda del éxito, sino el compromiso con un proceso creativo que es, a la vez, su forma de entender el mundo y de mantenerse en pie. El disco se erige así no como un producto, sino como el testimonio de una lucha, la prueba de que en la aceptación de la propia complejidad reside la forma más auténtica de resistencia.